El arte abstracto: entre lo visible y lo invisible

El arte abstracto: entre lo visible y lo invisible

Hablar de arte abstracto es hablar de un salto al vacío. Una ruptura con todo lo que conocíamos como “representación”. Antes del siglo XX, el arte estaba destinado a reproducir, a narrar con formas, rostros y paisajes aquello que el ojo podía reconocer. Pero de pronto, los artistas decidieron que no era necesario pintar lo que vemos, sino aquello que sentimos, intuimos o incluso aquello que no tiene forma.

El origen del arte abstracto suele situarse en las primeras décadas del siglo XX, con nombres como Kandinsky, Malevich o Mondrian. Cada uno, desde su mirada, buscaba escapar de la figura para llegar a lo esencial: la emoción pura, la espiritualidad del color, la geometría como lenguaje universal. El resultado fue algo totalmente nuevo: obras que no representaban un objeto, sino que existían por sí mismas.

Y aquí surge lo interesante: ¿por qué se volvió tan popular un arte que, en principio, parecía tan inaccesible? Tal vez porque el mundo ya no podía ser explicado con las viejas formas. La modernidad, las guerras, la velocidad de los cambios pedían un lenguaje distinto. El público, al principio confundido, terminó aceptando que no hacía falta reconocer una cara o un paisaje para emocionarse.

Claro que el arte abstracto también es criticable. Para muchos, fue y es un terreno de abuso: manchas, garabatos o simples geometrías que se venden como grandes obras sin un verdadero contenido detrás. Se lo acusa de elitista, de estar alejado del pueblo, de necesitar un “manual de instrucciones” para entenderlo. Y no podemos negar que muchas veces el mercado del arte se aprovecha de esta ambigüedad para inflar obras que no dicen nada.

Abbey Road by R. Blisniuk
(2017)

Sin embargo, lo cierto es que el arte abstracto abrió puertas inmensas. En Argentina, su influencia fue decisiva. Movimientos como el Arte Concreto-Invención, el Madí o el Perceptismo nacieron en los años 40, impulsados por artistas que buscaban un lenguaje propio. Fue una verdadera revolución estética: geometrías, colores planos, estructuras que rompían con la tradición académica. Y desde entonces, la abstracción argentina encontró un lugar en la historia mundial del arte.

Al final, lo abstracto nos invita a mirar más allá de lo evidente. Nos confronta con un espejo sin rostro, con una obra que no nos explica nada y nos obliga a sentir. Nos guste o no, esa libertad –la de crear sin representar– cambió para siempre la manera de entender el arte.

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